¿Qué brilla en el aire
con tanto donaire,
con tal levedad?
¿Será mi mirada
que está encandilada…,
o esto es de verdad?

Chispazos preciosos
me llenan de gozo
con su centelleo;
brillos de colores
que parecen flores
que van de paseo.

Como si el ambiente,
así, de repente,
fuese luminoso,
y sin que lo advierta,
llegase a mi puerta
lo maravilloso.

Cuando se los digo
a algunos amigos,
les causa extrañeza:
se quedan mirando,
y preguntan si ando
mal de la cabeza.

Y hasta incluso hay quienes
burlones, sostienen
que falla mi vista,
y agregan sonriendo
que vaya corriendo
a un buen oculista.

¡Y yo los entiendo!,
y ya ni me ofendo
ni me causa enojo,
más me pone triste
que no los avisten
con sus propios ojos…

¡Es algo tan bello
ver esos destellos
de oro y de rubí!,
lustrosos, radiantes,
pulidos, chispeantes,
de aquí para allí.

¿Serán tal vez rastros
que dejan los astros
con rumbo al poniente?
¿O quizá son huellas
de las cosas bellas
que sueña la gente?

Y aunque yo me inclino
con que es Lo Divino
que está en todos lados,
(Ángeles que a veces
se nos aparecen
así disfrazados),

digo simplemente
muy sinceramente
que no sé que son:
¡sólo sé que en tandas
lo llevan en andas
a mi corazón!.

(Y aunque sigo viendo
como van fluyendo
con gentil donaire,
ya no lo comento…,
¡a nadie le cuento…
que hay “algo” en el aire!).