No basta con el empeño,
tampoco el talento alcanza:
para plasmarlo a tu sueño,
¡debes tener esperanza!.

Ella es en definitiva
tu faro en cada jornada,
la gozosa expectativa
de una promesa dorada.

Y cuando mantienes vivo
al duende de esa ilusión,
¡lo escuchas a tu objetivo
cantar en tu corazón!.

Más si sus ansias se van,
te gana la desconfianza;
no por nada aquél refrán:
“¡no pierdas las esperanzas!”.

Y es que la esperanza activa
los bríos de tu optimismo,
te da actitud positiva,
te hace creer en ti mismo.

Y en ese convencimiento,
tu autoestima vuela alto,
y te enfrentas a los vientos
sin temer los sobresaltos.

Y es tu visión, tu atalaya;
tu combustible, el fervor,
y vayas por donde vayas,
¡brilla tu fuego interior!.

¿Qué esperas tú, compañero?
¿Hacia qué objetivo vas?
¿Qué buscas en tu sendero?
¿Amor…, abundancia…, paz…?

¡Ve tras ello, camarada…,
que cualquier sueño se alcanza,
si transitas tu jornada
del brazo de la esperanza!.