Hay vidas que se tocan sin rozarse,
y se afectan sin nunca haberse visto:
destinos que se cruzan sin cruzarse,
en un espacio tiempo no previsto…

En el turno de noche ella estudiaba
con dedicado esmero y persistencia,
porque durante el día trabajaba
para poder cubrir su subsistencia.

Pero con los ingresos a su alcance,
ni un solo libro llegaba a comprar;
tan sólo le quedaba en ese trance,
la biblioteca de la Facultad.

Más como su curso terminaba tarde
y ya la biblioteca había cerrado,
no le quedaba otra que infiltrarse
por fuera del horario habilitado.

Y entre la penumbra, igual que una intrusa,
temblando de miedo ella se colaba
por una ventana que nunca se usa,
y a la luz de una vela estudiaba.

Él, como sereno en sus horas huecas,
allí realizaba rondas nocturnales,
y mientras andaba por la biblioteca,
fue dándose cuenta de extrañas señales.

Un sillón un tanto desacomodado…,
a veces, las miguitas de algún alfajor…,
un libro sin querer mal ubicado…,
en el suelo, caído, un señalador…

Unos suaves trazos de lápiz de labio
en un pañuelito de blanco papel…,
y el hombre, que era bueno y era sabio,
sonrió intuyendo el suceso aquél.

Y en una tarjetita reluciente,
le escribió una frase que reza:
“es don de sensatos volverse prudente”,
y la dejó apoyada sobre “su mesa”.

Ella, a la otra noche, quedó boquiabierta,
y al ver la notita allí acomodada,
se supo en ese instante descubierta,
y al mismo tiempo…, se supo resguardada…

Y agradeció en silencio su nobleza,
y elevó una plegaria con amor,
arrodillada allí, como quien reza
por un desconocido protector.

Misteriosa es la vida, amigo mío…,
indescifrable a veces su libreto,
y en sus enigmas se parece a un río
que está fluyendo…, mientras está quieto…

Hay seres destinados a no verse,
más en un alto plano espiritual,
van pulsando las cuerdas mutuamente,
del amor puro, el incondicional…

Y ella no supo nunca nada de él…,
y él no supo jamás nada de ella…,
pero sus almas, en otro nivel,
fueron bailando el vals de las estrellas…