Si acaso hubiese en tu existencia,
(en tu trabajo o tu familia),
una persona que en esencia
todo lo embrolla y lo fastidia…

Que se dedicar a andar molesto,
fuera de quicio, exasperado,
siempre enfadado y siempre presto
a ir por la vida disgustado,

debes saber que su talante,
-esa específica frecuencia
de malos modos y desplantes-,
no es en reacción a tu presencia:

el que se toma todo a pecho,
no lo decide así a su antojo:
¡ya están en él, siempre al acecho,
las vibraciones del enojo!.

Tal vez le viene de otras vidas,
tal vez le viene de su infancia,
tal vez de penas padecidas
en olvidadas circunstancias…

Y a su tablero de emociones
aún no aprendió a desenchufarlo:
¡y cualquier pulso en sus botones
logra desestabilizarlo!

¿Cómo aliviar su atolladero?:
no es “predicando” el mejor modo,
¡es con tu ejemplo, compañero…!,
porque el ejemplo… ¡lo hace todo!

Al ver tu faz resplandecida,
siempre sereno y sosegado,
sin que los vientos de la vida
te lleven de uno hacia otro lado,

se asombrará de tu templanza,
y de que nada te enajene,
y pensará con esperanza:
¡yo también quiero lo que él tiene!

Tal vez se acerque a preguntar,
tal vez te copie en el ejemplo,
tal vez empiece a meditar
hasta encontrar su propio templo.

Y es que de un modo suave, acaso,
pero potente y muy profundo,
lo que tu irradias a tu paso,
¡sin duda alguna cambia al mundo!.

Que en una sala que está a oscuras,
y con la gente en la penumbra
trastabillando en la negrura…,
¡tan sólo un fósforo ya alumbra!