Si acaso lo mirabas durante el día,
a un hombre como tantos se parecía…,
perdido en lo azaroso de sus afanes
de llevar a su casa peces y panes…

Pero al llegar la noche todo cambiaba…
¡y en sembrador de estrellas se transformaba…!,
y en sus manos de pronto se volvía un arte,
ir encendiendo luces por todas partes…

Y cada vez que un astro él repartía…
¡un alma aquí en la Tierra resplandecía!,
y esa luz le acercaba, a cada uno,
el saber adecuado…, el oportuno…

…y el sufriente veía que el sufrimiento
¡es tan sólo un peldaño del crecimiento!..,
…y el que todo miraba con pesimismo
¡empezaba a creer más en si mismo!

…y el que vivía aferrado por no perderse,
comprendía lo bueno de desprenderse…,
y el que se había olvidado de sonreír…
¡descubría el secreto de fluir…!

Y a todos los instaba, -con sus estrellas-,
¡a que se perdonaran en sus querellas!,
y a vivir el ahora, …que únicamente,
se halla en el corazón…y no en la mente…

Y eran esas verdades como faroles,
que alumbraban, acaso, más que mil soles…,
dejando en cada uno, igual recado:
¡que todos somos dignos de ser amados!

(¡Cuánto…cuánto te admiro, buen sembrador…,
que cada noche siembras con tanto amor…,
y que haces que la gente, -al otro día-,
se mire dulcemente…y se sonría…!

¡Cómo quisiera, amigo, seguir tus rastros…!,
…allí…donde titilan siempre los astros…,
y como tú, llenarme de cosas bellas…,
¡…y pasar por la vida sembrando estrellas…!)