-¡Míralo a aquél Ángel de porte impactante!:
va… como subido sobre un pedestal;
¡se ve que se siente grandioso…, importante…,
y muy por encima del bien y del mal!
Más cuando pretende remontarse al Cielo,
¡apenas se eleva a poca distancia!:
¿Sabes tu, mi amigo, por qué no alza el vuelo…?
-“Sus alas le pesan… de tanta arrogancia…”
-¡Míralo a aquél otro de aspecto sencillo!:
¡cuánto amor refleja su dulce mirada!
¡Parece irradiar a su paso un brillo,
que a todos conforta…sin decirles nada…!
¡Y mira a qué altura va en su vuelo santo…,
cuál si no existiera ley de gravedad…!
¿Sabes por qué puede remontarse tanto…?
-“Tiene alas etéreas… de tanta humildad…”.
Así aquí en La Tierra sucede lo mismo:
al que va arrogante por su propia vía,
le pesan los lastres de tanto egoísmo,
de tanto descaro, tanta hipocresía.
Y en su egocentrismo a capa y espada,
(cual centro del mundo allí en su peciolo),
se le pierde a veces, triste, su mirada
cuando se pregunta “¡¿por qué estoy tan solo?!”
¡Y qué gran contraste con su polo opuesto:
aquél que a su ego lo ha dejado atrás,
marcha por la vida sereno y dispuesto
a vivir radiando su dicha y su paz!
Así, dulcemente, va por esta Tierra
refulgiendo siempre desde el corazón,
y es tanto lo bello que su Alma encierra
¡que nos va elevando con su vibración!
Y tú, compañero… ¿en quién te reflejas
mientras vamos todos hacia el cementerio?:
de los dos nombrados, ¿a cuál te asemejas?,
¿al Ángel caído…, o al Ángel etéreo?
Aunque no hace falta preguntarte nada:
si te regocijas leyendo estos versos,
está más que claro, mi buen camarada,
¡qué clase de alas… te dio el Universo!