Es tu familia un gran laboratorio,
es tu sala de ensayo, tu probeta,
el aula en la que aprendes las lecciones
que la hacen a tu vida más completa.

Porque las relaciones son fugaces,
los amigos a veces van y vienen,
los noviazgos pueden durar muy poco,
y hasta los matrimonios se disuelven.

Más la madre, el hermano, el padre, el hijo,
están allí para toda la vida:
no se los puede echar con un portazo
ni acelerarlos en su despedida.

Hay un sendero kármico en común,
y una oportunidad de sanación,
al saldar viejas deudas anteriores
mediante una amorosa conexión.

Por eso van contigo en el camino
hasta que llegue tu postrer aliento,
y con sus altercados y exigencias
son tu campo habitual de entrenamiento.

Ellos ponen a prueba tu entereza,
tu mansedumbre, tu perseverancia,
testean tus niveles de estoicismo
y te hacen practicar la tolerancia.

Y así es como te elevas en conciencia
al aceptar lo que era inaceptable,
ceder en tus antiguas posiciones,
y perdonar aún lo imperdonable.

De esa manera, por momentos dura,
es como lo equilibras a tu karma,
al ir andando con sabiduría
por los senderos que te marca el alma.

Y en ese adiestramiento casi diario
en superar el roce y la fricción,
tu vibración de a poco cobra vuelo,
y se llena de luz tu corazón.