Cuando te enfrentas a duras lides
pidiendo ayuda, sabe mi amigo,
que ese que pide y a Quién le pides,
no es otra cosa ¡que tú… Contigo!

¡Dios no está “afuera”, lo llevas dentro!,
vive en tu Esencia de pura Luz,
y cuando logras ese reencuentro
sueltas por siempre tu vieja cruz.

Todo es Conciencia no manifiesta,
y es más radiante que el mismo sol,
y tú la llevas por siempre puesta
como a su casa el caracol.

Nunca podrías tener comienzo,
jamás podrías tener final,
y en tu mochila llevas el lienzo
sobre el que pintas tu catedral.

¿En una vida…, en ochocientas…?
¡Eso qué importa, buen camarada!,
si esta estadía al fin de cuentas
es un instante en tu jornada.

¡Y tú ya sabes que eres Divino
y que has venido aquí a ayudar!,
y en este punto de tu destino
es tu tarea iluminar.

¿Te pido algo?: ¡suelta al yo viejo
y asume que eres un Ángel más!,
y cuando pases frente al espejo
ve si hay un brillo tal vez fugaz.

Y si al principio dice tu mente:
“¡eso fue solo imaginación!”,
¿dirías lo mismo si de repente
sientes muy alta tu vibración?

¡Admite que eres ya Luz radiante,
porque esa Fuente que a ti te arrulla,
no será tuya hasta ese instante
en que reclames que se haga tuya!

Y si argumentas que no hay quién mira,
¡te está mirando tu Yo Mayor!,
y si tu mano hacia Él estiras,
tocas el rostro de tu Creador.

Recuerda, entonces: si te amilana
pensar que nadie viaja contigo,
¡viaja tu Alma en tu parte humana!:
de eso se trata, ¡de tú… Contigo!