Y el Maestro alzó la voz,
y sin su usual mansedumbre,
con un tono firme y seco
le habló así a la muchedumbre:

vosotros os pavoneais
de ir detrás de lo Divino,
pero ignoráis al que sufre
si os cruzáis en su camino.

Mirad vuestra vida diaria:
criticáis a los demás,
pero luego oráis pidiendo
en lo interno sentir paz.

Vais vistiendo ropas blancas
como símbolo de unción,
pero lo negro del juicio
tiñe vuestro corazón.

No aceptáis las opiniones
de los que hay alrededor,
y después…, ¡qué hipocresía!,
vivís hablando de amor

Y pretendéis que los otros
tomen vuestros argumentos,
en vez de buscar acuerdos
que a todos dejen contentos.

Y en vuestras celebraciones
entre vinos y guirnaldas,
las sobras dais a los pobres,
y con las sobras…, ¡la espalda!

Y es que aún no lográis ver
en vuestro andar trasnochado,
que en esos que despreciáis,
¡también está lo Sagrado!

Más sólo veláis por ese
que con vosotros concilia,
sin ver que todos los seres
conforman vuestra familia.

Pero escuchad bien atentos:
no hay modo de hacer contacto
con la luz de vuestras almas…,
si no hay luz en vuestros actos.

Y después hizo una pausa,
y les dijo a los reunidos:
idos a vuestros hogares,
que el mensaje ha fenecido.

Y al llegar a vuestras casas,
entrad en el corazón,
y preguntadle si acaso
no hay en mis dichos razón.

Y se fueron conturbados
los que buscaban a Dios,
el día en que como nunca,
el Maestro… alzó la voz.