En una noche de tristezas mudas,
le pregunté a La Luz sobre mis dudas,
y con la claridad que más alumbra,
despejó una a una mis penumbras.

Le pedí hablar del triunfo y el fracaso,
y cómo reaccionar en ambos casos,
y dijo que la cumbre y el abismo
son ilusiones que se crea uno mismo.

Le consulté por la correcta acción
para ir de la cabeza al corazón,
y dijo: “es ingresar a voluntad,
en la frecuencia de Mi Divinidad”.

Luego, al interrogar sobre los pasos
que nos llevan más rápido a Sus Brazos,
tan sólo mencionó una condición:
la absoluta pureza de intención.

Al inquirirle por el error frecuente,
el que más suele cometer la gente,
respondió que el que más suele pasar,
es el haber vivido sin amar.

Y al indagar qué pasa en el contexto
de “crítica” y “elogio”, dijo esto:
“el criticar al otro, daña tu aura,
y el elogiarlo, en cambio, la restaura”.

Le pregunté qué es la transmutación,
y dijo que es cambiar de vibración:
al girar más veloz nuestra frecuencia,
se eleva nuestro estado de conciencia.

Y agregó, (al consultarle si en verdad
ello mejora nuestra realidad),
que no puede tocarte la aflicción,
cuando es de otro nivel tu percepción.

Al indagar por el mayor engaño
en el que cae la gente año tras año,
respondió que es pasar vidas enteras
creyendo que Ella se halla “allí afuera”.

Y cuando pregunté cómo se yo
que se halla dentro mío, contestó:
“comienza a meditar frente a un espejo,
y me verás brillar en tu reflejo”.

Y le pedí por fin, para el final,
un último destello espiritual,
y dijo: “quien ha respondido aquí,
has sido tú… ¡porque Yo estoy en ti!”.

Y una profunda paz me fue envolviendo,
una serenidad que aún va fluyendo,
una calma que ya no se marchó,
desde que así La Luz me respondió.