Yo sé que a veces cierta tristeza,
-que es refinada…, porque es mujer-,
con exquisita delicadeza
toma tu mano al atardecer.

Y allí recuerdas a aquellos idos…,
esos amados que ya no están…,
inolvidables seres queridos
que besan tu alma… y un día se van…

Y rememoras su dulce huella…,
mientras las perlas de tu emoción,
van descendiendo, -rocío de estrellas-,
por las mejillas del corazón…

Pero quisiera, -si lo consientes-,
decirte ahora, mi buen amigo,
que esas ausencias que tanto sientes…,
no son “ausencias”…: ¡están contigo…!

Más al ser fuerte la dualidad
-“¡tú de este lado… y ellos, del otro!”-,
pierdes de vista que en realidad,
¡sólo es un cambio vibratorio!

Siguen estando a tu costado
vistiendo trajes vaporosos,
¡y te confortan roces alados
cuando tu viaje se hace penoso…!

¡Porque la muerte en sí no existe…!:
no es más que un cambio de ropaje…,
y tus amados aún te asisten
aunque no veas sus nuevos trajes…

Tal vez de ahora en adelante,
cuando esa dama, al atardecer,
vuelva de nuevo a visitarte
con su fineza -porque es mujer-,

puedas decirle: “¿sabes, amiga…?:
ya no estoy triste…, porque esas manos
que para siempre creí perdidas…
¡hoy me acarician desde otros planos…!”