Al igual que aquellos cuentos
que ornaron nuestra niñez,
éste también da comienzo
diciendo “había una vez…”.

Había una vez, hace tiempo,
un muy lejano país,
en donde toda la gente
vivía serena y feliz.

Se trataban como hermanos
y compartían sus dones
como buenos camaradas,
entre risas y canciones.

Pero sucedió un mal día,
que uno entre ellos sintió
una gran sed de poder,
y un oscuro plan pensó.

Usando conocimientos
de alquimia, logró el bandido
una pócima que al pueblo
le provocara el olvido.

La diseminó en la fuente
del río que allí corría,
y que la gente del sitio
usaba cuando bebía.

Fue así como cada uno
que de esa agua abrevaba
se sumía en un letargo…,
y la amnesia lo ganaba.

Y andaban los pobladores
confusos, desorientados,
sin recordar quienes eran,
ni qué les había pasado.

Y el malvado lugareño,
el detestable impostor,
los convenció de que él era
realmente “El Gobernador”.

De esa pérfida manera,
el aprendiz de hechicero,
logró con sus malas artes
dominar al pueblo entero.

Gobernó con despotismo,
con crueldad, causando daño,
porque temía que alguien
le descubriera el engaño.

Se aprovechaba, el bandido,
del general desconcierto,
pues iba la pobre gente
sin saber lo que era cierto.

¡Se sabe!, la desmemoria
nos hace muy vulnerables:
¡no recordar nuestro origen
nos vuelve más manejables!:

sin la brújula certera
de una remembranza cierta
los pasos que vamos dando
nos llevan a una vía muerta.

Pero un día unos pobladores
que salieron del poblado
tras las huellas de un perrito
que se les había escapado,

descubrieron casualmente
una cueva poco usual,
ya que estaba enteramente
revestida de cristal.

Y a poco de entrar en ella,
percibieron con euforia,
que de forma inusitada…
¡recobraban la memoria!

Primero en suaves destellos,
y luego completamente,
la Verdad les inundaba
cada porción de la mente.

Y al recordar quienes eran…,
¡qué dicha sin parangón…!,
¡qué alegría la del alma…!,
¡qué fiesta en el corazón…!

(Sabido es que los cristales
con su Maestría exquisita,
recogen las vibraciones
de nuestra senda infinita).

(En sus átomos girando
a una altísima frecuencia,
almacenan los archivos
de nuestra humana experiencia).

(Y están allí, luminosos
custodios de nuestro viaje…,
cual biblioteca de luz
de nuestros aprendizajes…).

Ya habiendo desagotado
las lagunas del olvido,
y recobrado el recuerdo
del ser que siempre habían sido,

los lugareños de a poco
comenzaron a llevar
al resto de sus hermanos
a ese bendito lugar.

Y así suave, lentamente,
la inusual recordación,
le devolvió la alegría
a toda la población.

Y como no había maldad
en sus limpios corazones,
al hechicero malvado,
causa de sus aflicciones,

a ese ser que los extrajo
de sus vidas tan dichosas,
lo condujeron también
a la cueva milagrosa,

para que allí los cristales
transmutaran en pureza,
los impulsos egoístas
de su actual naturaleza…

(porque también es sabido
que ellos son, antes que nada,
en su geometría de luz,
conciencia cristalizada).

Y a partir de ese momento,
la caverna de esta historia,
pasó a denominarse
“la gruta de la memoria”.

La crónica, de este modo,
tuvo su final soñado,
y “colorín, colorado,
este cuento ha terminado”.

(Esto fue sólo un relato
que comparto con cariño,
con todos esos adultos
que aún tienen algo de niño…;

si alguien ve una alegoría
por detrás del bastidor…,
corre por cuenta exclusiva
del oyente… o del lector…).

Fin