Si yo tuviera,
de corazón,
que hacerte, hijo,
una exhortación,

sería, muchacho,
que en adelante,
te preguntases
a cada instante:

“¿en que me sirve
lo que actualmente,
aquí y ahora,
hay en mi mente?”

“¿Me hace más bueno,
me hace mejor?
¿A mi existencia
le da valor?”

“¿Hace mi marcha
más dulce y bella…?,
¿me trae acaso
brillo de estrellas…?”

¡Vigila, hijo,
siempre vigila,
ya en horas tensas,
ya en las tranquilas!

Porque la mente
es traicionera,
repetitiva
y marrullera.

Hazlo a un costado
al pensar chiquito:
¡piensa en lo grande,
en lo infinito!

Piensa en belleza,
piensa en bondad,
piensas en servicio,
piensa en verdad…

Y si detectas
ideas triviales,
¡sustituílas
a esas banales!

Que el mono inquieto
del pensar necio,
de rama en rama
cobra su precio.

Su parloteo,
-cháchara vana-,
es el gusano
de la manzana.

Porque te lleva
noches y días
a andar rumiando
majaderías:

…que lo que dijo,
que lo que no,
que lo que viene,
lo que pasó.

Si fue al principio,
si fue al final,
si fue acertado,
si estuve mal.

¡Y se va el tiempo
en sus enredos,
igual que el agua
entre los dedos!

Recuerda, hijo…,
es importante
que te preguntes
a cada instante,

de un modo claro,
directo, intenso:
“¿me sirve de algo
esto que pienso?”

¡Has que tu mente
sea tu instrumento!:
¡sé tú el que elige
tus pensamientos!