¿Te gusta mirar el cielo?
¿Disfrutas alzando el vuelo
hacia ese tapiz en calma?
Contemplar el firmamento
es mucho más que un evento:
¡es una efusión del alma!
Y hay tres instancias centrales
que nos llenan a raudales
de un deleite ilimitado,
y son, en mi parecer,
el alba, el atardecer,
y el firmamento estrellado.
Con el alba es como empieza
la Madre Naturaleza
suavemente a despertarse,
y la vida, lentamente,
entra en acción nuevamente:
“¡vamos…, a desperezarse!”
Los rayos del sol temprano
ya nos toman de la mano
y nos dicen “¡echa a andar!”:
cada cual a su tarea
sin importar la que sea…
¡y el mundo empieza a rodar!
Pero en cambio en el ocaso,
(hora de bajar los brazos),
se impone el recogimiento:
cuando la tarde se inclina
y ya el astro rey declina,
¡es sublime el sentimiento!
Es que ese descenso santo
que nos embeleza tanto,
nos lleva a la “Luz Más Grande”,
¡y qué paradoja trae!:
mientras el sol se contrae,
¡allí el corazón se expande!
Luego, en la noche adorada,
es la inspiración alada
quien alza el vuelo mejor,
y en ese viaje, volando,
mil ensueños va captando
de una Fuente Superior.
¿Qué sería de los amantes,
los creadores, los soñantes,
los místicos, los poetas,
sin tal velo de alabastro
donde destellan los astros
surcándolo cual saetas?
Es por eso, camarada,
que ante la visión sagrada
de ese tul de terciopelo,
te pregunto simplemente
de una manera inocente…:
¿te gusta mirar el cielo?