¿Para qué te afliges tanto?
¿Por qué fabricas tu infierno?
¿Acaso se te ha olvidado
que eres de verdad eterno?

Si tomas conciencia de ello,
nada puede hacerte daño,
ni lo que pase mañana
ni lo que ha pasado antaño.

Nadie puede lesionarlo
a tu espíritu encarnado:
es solo el ego el que cree
que puede ser lastimado.

Pero la cuestión central,
la que todo lo salpica,
depende de esta respuesta:
tú…, ¿con qué te identificas?

¿Con el envase del cuerpo?
¿Con tu sentir transitorio?
¿Con tu pensamiento errante,
ya gris, ya contradictorio?

¿O con tu Núcleo Central,
el permanente, el estable,
el que lo ve pasar todo
tras su sonrisa inmutable?

Vas y vienes…, vas y vienes
en tus Viajes de Servicio,
y en tu película no hay
ni terminación ni inicio.

Y si ves la cinta entera
comprendes que es de ficción,
y entiendes que su tejido
está hecho de ilusión.

Y que las penas vividas
solo son cuadros mentales,
espejismos sin sustancia,
simples sombras fantasmales.

Y en ese momento entonces
tu preocupación actual,
empieza de alguna forma
a parecerte irreal.

Y allí es tu alma quien te muestra
lo vano de tu quebranto,
mientras te dice bajito:
“¡¿para qué te afliges tanto?!”.