Se hallaba sentado a la mesa del bar,
solo…, ensimismado…, como cada día…,
y viéndolo allí, uno no sabía,
si acaso miraba la vida pasar…

Se ubicaba siempre en el mismo lugar,
-los ojos perdidos en la lejanía-,
y el café cortado que entonces pedía,
quedaba a menudo, frío…y sin tomar…

Lo rodeaba un aura muy particular,
-como si captara otra sintonía-…
¡y a primera vista siempre parecía
ser un ermitaño…fuera de lugar!

Su atmósfera propia, rara, singular,
irradiaba un tono de extraña alegría:
¡los demás clientes al verlo sentían
algo que ninguno se podía explicar!

Sus pequeños dramas parecían menguar…,
como si la angustia…, la insulsa apatía…,
la pena…, la abulia…, la melancolía…,
¡fuesen de repente fácil de cargar!

Y es que su presencia…allí…, sin hablar…,
cambiaba de un modo sutil la energía:
nadie supo nunca por qué sucedía…,
¡pero nadie nunca lo pudo ignorar!

Y aunque con ninguno alcanzó a cruzar
ni un breve saludo –ni aún por cortesía-,
¡nadie se sustrajo de la epifanía
que aquella persona parecía irradiar!

Y es que cada uno, luego…, al retornar
a las diligencias que presenta el día,
se sentía ligero…, -casi se diría,
con el alma a punto de echarse a volar…-

(¿Qué recurso usaba para su accionar?
¿Sugestión…? ¿Hechizo…? ¿Imaginería…?
¿Quién era ese hombre…? ¿De dónde venía…?):
¡preguntas que nadie logró contestar!

Pero una mañana que no han de olvidar,
los impactó a todos una brisa fría,
al mirar “su mesa”…y hallarla vacía…,
¡y ya no fue el mismo, -nunca más-, el bar…!