Reparte elogios cual si fuesen flores,
o trinos de mil pájaros cantores,
y esa lluvia de miel, ese derroche,
los mandará al destierro a los reproches.

La sincera alabanza hacia un hermano,
es como una caricia de tu mano,
que al niño herido que hay en él lo mima,
y logra levantarle la autoestima.

Y es que en cada sutil ponderación,
se esconde una preciosa bendición,
pues le dices “te quiero” sin decirlo,
que es otra forma más de bendecirlo.

Las loas apropiadas enaltecen:
¡todos, de un modo u otro, las merecen!,
porque incluso el tremendo pecador
también lo lleva a Dios en su interior.

Y se siente en el alma esa delicia
del elogio que nutre y acaricia,
(del mismo modo que en contraposición,
el reproche lo encoge al corazón).

Y en el encomio hay una propiedad:
lo nutre al receptor…, y a quien lo da…,
como cuando regalas un jazmín,
y parte del perfume, queda en ti…

Y en estos raros tiempos de locura
en que la gente clama por ternura,
si tú quieres vivir sembrando amores,
¡reparte elogios… cual si fuesen flores!