Nos pasa a todos en cada mañana
-sin importar ni el género o la edad-,
que al lavarnos el rostro a hora temprana,
¡el espejo nos muestra su verdad!

La imagen que descorre da en el centro,
porque esa foto ¡es reveladora!:
te revela la Luz que va por dentro,
o bien, la opacidad perturbadora.

Y si fuese la impronta que devuelve
desanimada, paliducha y triste,
y tu figura en grises se disuelve,
¡tal vez no has comprendido a qué viniste!

¡No estás aquí para vivir penando
ni andar frunciendo siempre el entrecejo!:
estás para pasar iluminando…,
¡y reflejarlo a Dios en el espejo!

Cuando evidencias paz en tu mirada,
¡el Universo te sonríe y canta!,
pero si la percibe algo extraviada,
te envuelve suavemente con su manta.

Y allí te dice, sin usar palabras,
-con el sutil clamor de Las Esferas-:
“¡hace mucho que aguardo a que te abras!,
¿a qué esperas, mi amado…a qué esperas…?”

Y tú, al llegar en breve un día más,
-que podrá ser tristón… o de festejo-
¿qué percepción supones que tendrás
al volver a mirarte en el espejo?

Por eso es que te pido camarada:
cuando mañana, frente al cristal estés,
mírate en forma algo desenfocada,
abarcadora de cabeza a pies.

Y si allí avistas sorprendentemente
un halo de pureza y de candor,
¡celébrala a esa imagen que no miente!:
¡es un atisbo de tu Yo Superior!

Y si viendo ese brillo en tu reflejo
es dorado el fulgor que el atestigua,
agradécele entonces al espejo
porque además… ¡eres un Alma antigua!

Has aprendido tanto en tantos viajes
que de allí brota ese destello interno:
llevas dentro de ti mil personajes…,
y eso te hace saber… ¡que eres eterno!

Y allí el cristal se volverá tu amigo
al comprender que ya nada te falta,
y pasarás a ser tu “Yo-testigo”,
y activarás… ¡tu vibración más alta!