¡Ojalá, compañero del camino,
que en tu vida ya te hayas habituado,
a permitir que pasen por tu mente
tan sólo pensamientos elevados!

¿¡Por qué dejar que tristes aves negras
revoloteen por tu propio cielo,
pudiendo permitir los pajarillos
que te elevan con ellos en su vuelo…!?

Esos que brillan cual diamantes puros
irradiando su luz tornasolada,
y al transportarte hacia otros horizontes
te dejan destellando la mirada…

¡Mira…, allí va uno deslumbrante!,
ese que dice con su canto claro:
“ha llegado la hora finalmente,
de que enciendas la mecha de tu faro”.

¡Y escucha al otro de las plumas blancas!:
“tu existencia se encuentra bendecida,
pues la esencia de Dios es puro gozo,
y la llevas contigo en cada vida”.

¿Y oyes eso que trina aquél tan bello?:
“cuando en tu senda te encuentres con otro,
y quieras inducirlo a vibrar alto,
¡mírale el alma, en lugar del rostro!”.

Y aquél, el verde, que dice en su gorjeo:
“entre todos tus dones y saberes,
posees la aptitud de unificarte
con la conciencia de todos los seres”.

¡Qué hermosos mensajes expresan sus trinos!;
mira aquél que pasa diciendo en su canto:
“deja que la Vida se vuelva tu guía…,
que ya no hace falta que te esfuerces tanto…”.

Y aquél otro te habla de las sincronías,
y de que si fluyes, todo fluye entonces:
te salen al paso semáforos verdes,
y al ver los relojes, marcan ¨once once¨…

Y el del vuelo alto…, ¿oyes lo que canta?:
“todo el Universo va tras de tus pasos,
y no hay traba alguna que pueda inquietarte
cuando al fin te dejas mecer en sus brazos”.

Y el de plumas rojas te dice : “¡confía!,
sabes que a ti mismo te puedes sanar,
cuando utilizando la intención más pura,
le hablas a tu propia matriz celular”.

Cuando das cabida a este tipo de aves,
tu propia vibración remonta el vuelo,
y llegas en sus alas a esos mundos
a los que no se accede desde el suelo.

Por eso es imperioso, amigo mío,
vigilar qué avecillas albergamos,
porque de un modo u otro, siempre, siempre,
nos convertimos… en lo que pensamos…