Se cruzó con La Alegría cierta vez…,
¡qué contraste notable y evidente!:
él, irradiaba lo gris de su adustez…,
¡y ella…, sus arco iris en la frente…!

Llena de luz, cuando hacia él venía,
la refrenó, diciendo con alarde:
“¡no sabes lo ajetreado que es mi día!,
tengo mucho que hacer…: ¡te veo más tarde!”

La divisó de nuevo una mañana
jugando con sus niños en la acera…,
él la miraba tras de la ventana:
¡parecía El Hada de la Primavera!

Ella se le acercó, siempre sonriente,
pero él, temiendo de que lo retarde,
le dijo presuroso y entre dientes:
“un cliente me espera…y es muy tarde!”

También hubo después otra ocasión
que en el jardín oyó su risa de oro:
“¡vete a abrazarla!, -decía su corazón-,
¿¡no te das cuenta que sin ella, lloro…!?”

Y ella quiso arroparlo en su rellano,
y él otra vez huyó como un cobarde
con la excusa que siempre tenía a mano:
“¡debo ganarme el pan…, se me hace tarde…!”

Y una vez…y otra vez…como un obtuso
que no es conciente de su necedad,
dejó esfumarse así, -casi sin uso-,
sus pinceladas de felicidad…

Y hoy que la vida ya se le está yendo,
la ve pasar…y le pide que aguarde…,
y en voz muy baja ella dice: “¡lo siento…!,
me quisiera quedar… ¡pero ya es tarde…!”