¡Cuántas penas y amarguras…!
¡Cuántos dolores y llantos,
y cuántas noches oscuras…!
¡Cuánto sufrimiento…, cuánto…!

¡Qué jornadas lastimeras
y qué tristeza sin fin!,
como si sólo crecieran
cactus en nuestro jardín…

y sus pinchos de acechanzas
nos causaran nuestros males,
tajándonos la esperanza
con sus pequeños puñales…

Pero todo pasa, amigo…,
y el carrusel de los años
se va llevando consigo
las cuitas y desengaños…

Y cuando ya va menguando
la angustia y la desazón,
notamos que algo, entretanto,
germinó en el corazón…:

una semilla pequeña
de aceptación y templanza…,
y una forma más risueña
de abordar las acechanzas…

Como si hubieran cambiado
los puntos de referencia,
y hubiésemos encontrado
el camino a nuestra esencia…

y las cosas de repente
no nos importaran tanto,
¡porque el alma al fin aprende
las enseñanzas del llanto…!

¡Y es que el pesar nos suaviza
la rigidez de los ojos,
y nos dibuja sonrisas
donde antes sólo había enojos!

Y comprendemos que aquello
que lastimó al corazón,
¡oculto tras de su sello
guardaba una bendición!

Entonces vemos muy claro
que no fue en vano sufrir,
porque -aunque parezca raro-,
¡nos ha enseñado a vivir!

Y miramos sobre el hombro
aquellos viejos dolores,
y pensamos con asombro:
¡los cactus también dan flores!