Si le prestas atención,
cuando estás en la belleza
de Madre Naturaleza,
abismado en su canción,
sentirás estremecido
que “algo” te alienta a que te abras,
y te dice sin palabras
“¡bienvenido, bienvenido!”

Es Gaia, que tanto te ama,
y te da el mismo cariño
que da una madre a su niño
cuando escucha que la llama,
y te acuna en la hermosura
de su prístina belleza,
con idéntica grandeza,
y con la misma ternura,
y eleva tu vibración
al abrirte el paraíso,
más para eso es preciso
¡que le prestes atención!.
Cuando te encuentras atento
ante un paisaje soñado,
te vuelves lo contemplado
aunque sea por un momento ,
y sientes que se dilata
tu corazón de tal modo,
que anhelas tocarlo todo
con un amor que arrebata,
y quieres acariciar
cada hoja, cada planta,
cada pájaro que canta,
o cada ola al rodar.
Y es que hay en tu biología
montañas, selvas y mares,
y desiertos, y glaciares
y las noches… y los días…,
y te quedas sin aliento
al vibrar con su argamasa,
pero nada de eso pasa
si ante ella estás desatento…
Si tu alma es de las estrellas,
tu cuerpo viene del barro:
¡la Tierra hizo tu cacharro
para anclar la Luz más bella!
Y aunque esto tal vez te asombre
ella posee conciencia,
y sabe de tu presencia
y hasta conoce tu nombre,
y de una cuántica forma
que a la razón descoloca,
te besa cuando la tocas
y su beso te transforma.
Y si te tiembla la voz
al sentir en ti su huella,
¡es que forjó tu botella
para que en ella entre Dios!.
Por eso tu corazón
ante Gaia se estremece,
más eso sólo acontece…
¡si le prestas atención!.