Eran sus amigas las blancas gaviotas,
-barriletes níveos sobre el azul cielo-,
cercanas a veces…, a veces remotas…,
más siempre atenuando su triste desvelo.

Ellas comprendían su melancolía,
su estremecimiento, su tribulación,
y aquella nostalgia que la recubría
como un impalpable y etéreo mantón.

Añoranzas fuertes de tiempos remotos
repentinamente surgían en ella,
y entonces veía -casi como en fotos-,
trazos de una Tierra delicada y bella.

¿Recuerdos brumosos de otras existencias…?
¿Tal vez de Lemuria…, de Atlántida acaso…,
cuando en un estado de pura inocencia
la vida era dulce del alba al ocaso…?

¿Quizás remembranzas de otra dimensión,
de un plano inasible, etéreo y sutil…?
Sea como fuese, se sentía en prisión,
aquí en este mundo prosaico y hostil.

Y allí las gaviotas -siempre perceptivas-,
le comunicaban con cuadros mentales
que en cualquier momento, si ella lo quería,
podían trasladarla hacia otros portales.

Pero al mismo tiempo le dejaban claro
-usando su vasta sapiencia ancestral-,
que por más que huyera de su desamparo,
dentro de su alma, todo estaría igual.

Pues la remembranza de una vida bella,
cuando así aparece, sin uno buscarla,
no pretende sólo mostrar una huella:
¡llega a la memoria para recrearla!

Pero no en lo externo, no en las apariencias,
ni en usos o estilos de esa sociedad,
sino trayendo ese nivel de conciencia
para anclarlo ahora en luz y en bondad…

Y allí un “darse cuenta” le hizo comprender
que ese era el sentido de lo que evocaba:
llevarla en esta existencia a traer
a su actual presente, eso que añoraba…

¡Y ese “clik” le hizo reír dulce y franca!,
y extender las manos de su corazón,
para acariciar sus amigas blancas,
y darles las gracias por la inspiración.

Y una mujer nueva sintió que surgía
muy lejos de aquella de penas y enojos…:
una Intención Pura en su Ser latía…,
¡y una luz preciosa brillaba en sus ojos!