La vida de María se estaba convirtiendo de a poco en un pequeño infierno: las circunstancias de su vida no eran, ni de lejos, las que soñó de joven.

Estaba casada…, bueno…, en los papeles…!, porque su corazón estaba más solo que nunca…, sufriendo la soledad más espantosa: la soledad de dos en compañía.

¿Hijos?… Sí…, adolescentes…, sumidos en esa burbuja de yoísmo tan propia de esa etapa, sin importarles nada que no fuese su propio ombligo.

¿Trabajo?… Bueno…, si a esa rutina insoportable detrás de la caja del supermercado se le podía llamar trabajo…

En sus repetidas noches de insomnio, María revisaba una y otra vez sus sueños juveniles…aquellas lejanas ansias de libertad…, cuando el mundo, para sus ojos azorados, era un territorio lleno de misterio…, una invitación a la aventura…una promesa para el corazón…

Pero claro…, allí empezaron a surgir esos benditos mandatos paternos…, esas programaciones talladas en piedra: “…una edad para los estudios…una edad para noviar…una edad para casarse…una edad para tener hijos…”

“¿Y para ser feliz?” se preguntaba ahora entre sollozos…“¡¿Cuándo una edad para ser feliz…?!”…se repetía, sumida en silenciosa desesperación…

Y cada noche, una y otra vez, mascullaba secretamente su anhelo más hondo: “¡Ah…, si pudiera encontrar alguna fórmula…, alguna clave…, “algo” que me cambie la vida…! ¡Aunque más no sean dos palabras…!”

Antes de dormirse, su mente y su corazón se enfrascaban en esa mezcla de anhelo y petición…, como si se tratase de un ferviente rezo laico…

Hasta que una madrugada, tuvo un sueño muy vívido…, con tanta encarnadura, que más que soñarlo…parecía estarlo viviendo…

Y en ese sueño-trance, escuchó una voz muy apacible…que le susurraba con dulzura: “¿quieres dos palabras, María…? ¿Sólo dos palabras…, para cambiar tu vida…? ¡Que así sea, mi pequeña…! Ellas son : ¡¡¡NO CALIFIQUES…!!!

Y la voz se desvaneció lentamente, como un murmullo lejano y vaporoso…, repitiendo, mientras se adelgazaba hasta el silencio…: ¡No califiques…! ¡No califiques…! ¡No califiques…!

María despertó sobresaltada, con el eco de esa consigna retumbando en su corazón…: “¡No califiques…!, -se repetía a sí misma…- ¿Qué significará eso…?”

¡Y ya no pudo dejar de pensar en ello…!

Por más que le daba vueltas y vueltas al asunto en su cabeza, no lograba captar el sentido último de esas palabras.

Intuía que eran una respuesta directa a su petición, pero ignoraba de qué manera podrían ayudarla…, cómo descubrir esa supuesta ¨magia¨que ellas encerraban…

Los días pasaban…goteando la arena de sus horas cansinas…, y María, frustrada por tanto desconcierto, decidió al fin “trasladarle” el problema, a ¨esa voz¨ que había escuchado en sueños, aquella madrugada.

Y entonces ahora, cada noche, antes de dormirse, musitaba en silencio: “Querida voz…, seas quien seas…, condúceme a aplicar tus ¨dos palabras¨ en las situaciones de mi vida diaria…; quiero saber que significan…; quiero entenderlas…, quiero practicarlas…”

Los primeros días, vigilaba anhelante para ver si encontraba, en los mil y un detalles de cada jornada, alguna señal de respuesta a su petición…, y por las noches, la continuaba pronunciando silenciosamente.

Ello siguió así, hasta que empezó a sospechar que esa vehemencia por encontrar señales, de parte suya, significaban, en cierto modo, no dar crédito a que la respuesta llegaría…

Y decidió entonces “abandonarse” al proceso…, entregarse por completo…y confiar…; confiar, con todo su ser, en que la contestación ya estaba en marcha…: después de todo, si su primer pedido tuvo respuesta…¿porqué no habría de tenerlo el segundo…?

Y a partir de allí…, de ese ¨abandono¨…, su vida entera, muy lentamente, empezó a cambiar…

La primera evidencia la tuvo una mañana, cuando al entrar en el cuarto de Juan, su hijo adolescente, y encontrarlo –como cada día-, completamente desordenado, ya se gatillaba en ella su reacción automática de siempre: “¡Dios mío…, este cuarto es un verdadero…!”…

Pero allí, en ese mismo instante, una especie de fogonazo en su mente cortó abruptamente la frase…y destellaron en su entendimiento aquellas dos palabras: “¡no califiques…!”

Y María, sin darse bien cuenta de por qué lo hacía, inhaló muy hondo…; la respiración profunda pareció serenarla de repente…, casi como por arte de magia…, y retomó entonces la frase, completándola: “¡este cuarto es un verdadero…cuarto de adolescente…!¡Lleno de vida…de fuerza…de color…!”

Y se acercó hasta Juancito, que la miraba extrañado…, y lo abrazó tiernamente…, y entre mimos le dijo: “¡vamos juntos, hijito, a ordenarlo un poco…así encontrás más rápido cualquier cosa que necesites…!”.

¡Y el ambiente entonces se dió vuelta como un guante…!, y de la anterior y previsible crispación, pasaron ahora a un clima de alegría, de buena onda, de ternura…, cuando entre almohadonazos y bromas, madre e hijo restauraban blandamente el eterno lazo del amor filial…

¡El milagro silencioso estaba en marcha!: María empezaba a vivenciar los mismos hechos de antes…,¡de una manera diferente…!.

Como cuando el esposo, en determinado momento, le recriminó la demora al servir la cena, y a ella le surgió su vieja reacción habitual –lo que terminaría fatalmente desencadenando una cena agria- : “Claro…, el señor se queja…pero…”…¡y allí otra vez las palabras mágicas titilando en su mente: ¨no califiques¨!…, y la respiración profunda…, y la frase completada con un matiz diferente: “¡…pero es natural!…¡quién no se queja cuando la panza chilla…!”

Y entre caricias y bromas por un lado, -y miradas azoradas por la otra parte-, el potencial conflicto quedaba desactivado con la rapidez de un suspiro…

¡Y María, una vez más, dándose cuenta de que era ella la que fabricaba su realidad…!

Y así fue comprendiendo lentamente que “no calificar”, llevaba inmediatamente su reacción hacia lo neutro…, hacia lo objetivo…, hacia ¨el hecho en sí¨…; y que cada vez que ello pasaba, un soplo de alivio impregnaba la situación aflojando el ambiente…, relajando los rostros…, distendiendo los ánimos…

Porque en esa reacción ya no había juicio, no había enojo, no había crítica ni descalificación del otro…: solo había una serena percepción de los hechos…, y una calmada sensación de que no eran importantes…, que en realidad no tenían entidad para poder afectarla…, y que ella, en su corazón, …¡era demasiado grande para actuar pequeño…!

Y comprendió por fin completamente –en un luminoso darse cuenta-, el sagrado poder de su ¨fórmula mágica¨: ¡transmutaba la reacción…en ¨no reacción¨!…¡nada podía lastimarla, si ella no lo consentía…!

En la percepción lineal, todo podía estar confluyendo hacia la confrontación, hacia el conflicto…: ¨ego herido¨ atacando…, versus ¨ego herido¨ contraatacando…

Pero esa dos palabras, la “sacaban” a María abruptamente de lo lineal, del campo de tensión…, y la transportaban súbitamente a un momento ¨no lineal¨…, a un territorio atemporal de aceptación absoluta…¡a un espacio de amor…!

Y allí, cualquier pelea en ciernes, se esfuma…, desaparece…, se evapora…, disipada por ese viento limpio que purifica los corazones…

Ahora, en cada situación en la que María intervenía, todo se volvía cristalino, transparente…, como si ella, con su sola presencia, transmitiera un estado de claridad que pacificaba los ánimos…, neutralizaba los conflictos…, acercaba las soluciones…

Su ¨fórmula mágica¨ había cambiado su enfoque…y al cambiar su enfoque…¡literalmente había cambiado su vida…!

Y así, una y otra vez…ante cada nubarrón que preanunciaba tormenta, su fórmula mágica se presentaba al rescate…

Y María, lentamente, poco a poco, se iba dando cuenta que su presencia parecía tener ahora, la extraña propiedad de transformar lo cotidiano en extraordinario…lo insulso en alegre…la fealdad en belleza…la iracundia en paz…: ¡se había convertido en un regalo para quienes se cruzaban en su camino…!

Era…como si actuara desde una María más elevada, más sabia, más amorosa…, y ello automáticamente, convocara a la parte más luminosa de cada persona con la que trataba…

También en su trabajo era evidente su transformación: ya no atendía más a los clientes que pasaban por su caja, con apuro o indiferencia, como antes.

Ahora se demoraba en cada uno de ellos…, y para todos tenía un gesto amable…, una palabra oportuna…,una sonrisa espontánea…, un consejo sabio…: ¡la gente se amontonaba en fila detrás de su caja…, mientras la otra caja quedaba semivacía…!

Y es que toda ella irradiaba alegría: esa alegría serena y apacible de quien acepta la vida como se presenta…y la disfruta…y la celebra…; ese contentamiento manso de quien siente, en lo más profundo de su ser, que lo importante no pasa por las cosas, las personas, las posesiones, las circunstancias…: ¡se puede tenerlo todo y ser infelíz…!

No…; para ella, lo importante era ese cosquilleo de gozo simplemente por existir…, por estar allí…, por las nubes blancas…, por el cielo azul…

Y María, la simple…; María, la sencilla…; María, la humilde cajera de supermercado…, se había transformado, -sin siquiera ella saberlo-, en un radiante faro de luz…, destellando en ese lugar ignoto que le asignara su destino…

“¡Es increíble cómo ha cambiado mi vida desde aquella vez en que decidí confiar en la ¨fórmula secreta¨!”, -se dijo a sí misma, un domingo, mientras barría el patio de su casa…

“¡Es como si me hubiese tocado la mano divina de un callado milagro…; …sólo faltaría que reviviera el rosal de la maceta, después que lo mató la helada del mes pasado…!”-pensó mientras reía por lo bajo…-, “¡…pero eso ya sería un supermilagro…!!!”-completó su pensamiento, sin dejar de sonreír…-

Y en ese mismo instante, sin saber bien por qué, giró repentinamente la vista hacia el alfeizar de la ventana.

Y allí, en medio de la vieja maceta colorada…, sobre la ramita mustia del rosal sin vida, brotaba tímidamente –casi como pidiendo disculpas-…, el botón aterciopelado de un capullo nuevo…

FIN