Contemplo la lluvia…,
la gente que pasa…,
marchando de prisa
por volver a casa…

Y ella allí cayendo,
como cae la Vida…,
tan ajena a todo…,
tan desentendida…,

como no sabiendo
qué es lo que provoca
mientras va besando
todo lo que toca:

al poeta, ensueño…,
al granjero, alivio…,
y al peatón apuro
por el hogar tibio…

Y mientras desciende
su telón plomizo,
y el alma sucumbe
a su tenue hechizo,

uno se pregunta
al ver que diluvia:
“¿no será la Vida
igual a la lluvia?”

Llegamos del Cielo…,
tocamos la Tierra…,
y un mundo completo
cada gota encierra.

Y ambas distribuyen
en su juego dual,
penas y alegrías
casi por igual.

Dolor y tristeza
en la inundación…,
pero en la sequía…,
¡pura bendición!

Y cuando la angustia
su arsenal dispara,
¡el alma es quien llueve
sobre nuestra cara!

Pero también llueven
lágrimas de gozo
cuando los ensueños
nos sacan del pozo.

Son lluvias que caen
del alma…o del cielo…
(y van a la tierra…,
o van al pañuelo…),

¡y es tan parecido
lo que significan!,
porque a su manera,
¡las dos purifican!.