Hoy hallé muerto un colibrí;
por el fulgor de porcelana
no vio el cristal de la ventana,
y se quedó, tumbado allí.

¡Y qué congoja que me dio!,
mi corazón se estrujó tanto,
que la cascada de mi llanto
su cuerpecito humedeció.

¿Por qué quitarnos su belleza,
por qué su gracia y su color,
por qué dejar a tanta flor
así sumida en la tristeza…?

Y entre mis manos lo tomé,
y lo bañé de una luz pura,
y al Universo, con premura,
“¡revívelo!” le supliqué.

Pero al fin nada sucedió,
y en medio de mi desconsuelo,
le pregunté, enojado, al Cielo,
por qué su vuelo interrumpió.

Y el Cielo dijo en mi interior:
“¿tal vez has olvidado acaso,
que cada ser está de paso…,
no importa si hombre…, o picaflor…?”

“Y es además una ficción
pensar que expira su aleteo…:
¿no sientes su revoloteo
en el jardín del corazón?”
Puse mi mano sobre el pecho,
¡y lo sentí, allí, libando,
el dulce néctar succionando,
lleno de luz y satisfecho!

Y en ese instante percibí
que en esta vida transitoria,
la muerte siempre es ilusoria…,
aún cuando muera… un colibrí…