Ella veía la vida
de tal manera,
que parecía subida
a una escalera…

Y desde el alto andamio
de su alegría,
¡todo lo que tocaba,
relucía…!

Siempre hallaba lo bueno
de cada cosa:
¡detrás de cada espina
veía una rosa…!

Y a todos los trataba
con la dulzura,
con que trata una madre
a su criatura.

Y al compás de su música
diferente,
¡iba prendiendo luces
entre la gente…!

Cada vez que le hablaba
al sol o al río,
sin decirlo, pensaba:
“¡el mundo es mío!”

Y su pulso latía
fuerte y profundo,
cuando se repetía:
“¡yo soy del mundo…!”

Pero su gran anhelo,
claro y maduro,
¡era alcanzar el cielo
del amor puro…!

…y extasiada de gozo
y de contento,
¡ser una estrella más
de ese firmamento…!

(¡Sé que está en algún lado…!,
¡sé que ella existe…!:
compañero de viaje…,
tú…¡¿no la viste…?!)