Cuando contemplas tu vida
y percibes que es, acaso,
un trazo puro en tu lienzo…,
¡pero solamente un trazo!
Y entiendes que esta existencia
y todo lo que ella aloja,
es en el Libro del Alma
únicamente una hoja…
una perla nacarada
en un perenne collar,
una gota -¡sólo una!-
en tu vastísimo mar…
entonces…, oyes por dentro
una voz que habla bajito,
y te dice en su murmullo
que eres realmente infinito…
Que no has tenido principio,
y que no tendrás final,
porque detrás de tu traje
eres un Ser inmortal…
¡Y qué paz sientes entonces…,
que dulce liberación,
que bálsamo indescriptible
fluyendo del corazón!
¡Y qué sonrisa en tu rostro,
y qué actitud distendida,
al percibir dentro tuyo
la infinitud de la Vida…!
¡Y entonces, qué insustanciales
que te parecen después,
las diarias preocupaciones,
los percances, los traspiés!
Ahora sientes en el alma
que no hay dramas, ni regaños,
ni cuitas ni desencuentros
que puedan causarte daño.
¡Y es que nada puede herirte
ni borronear tu cuaderno,
-absolutamente nada-,
cuando te sabes eterno!