Todos ansiamos hallar la estrella
que nuestra senda pueda alumbrar,
esa tan blanca, tan pura y bella
que a la mirada la hace brillar.

Y la anhelamos con la vislumbre
de que nos llegue su resplandor,
tanto en las horas de incertidumbre
como en aquellas de más fervor.

Sentir su toque de maravilla
cuando la noche es oscura y fría,
y al mismo tiempo saber que brilla
para nosotros también de día.

Ir percibiendo sus rayos suaves
que nos cobijan con tanto amor,
mientras sentimos girar la llave
que a nuestros grises torna en color.

Y ver incluso cómo amanece
cuando de a poco llega el ocaso,
en ese instante que hasta parece
que su destello nos da un abrazo.

Y andar sonriendo de madrugada
con la callada satisfacción,
de tener todo sin tener nada,
¡porque tenemos su irradiación!,

esa luz blanca que nos transporta
al centro mismo del Punto Cero,
donde en esencia ya nada importa,
¡porque tocamos Lo Verdadero!.

¡Pero qué burla cruel del destino
el que anhelemos un astro así!,
para que alumbre nuestro camino
mientras andamos la vida aquí.

¡Porque nosotros somos la estrella
que tanto ansiamos poder hallar!:
¡somos nosotros la Luz aquella
que vino al mundo para alumbrar!