Pensamos lo que sentimos…,
sentimos lo que pensamos…
desde que nos despertamos,
hasta que al fin nos dormimos…

Nos creemos sin opciones,
a merced “de lo de afuera”,
y dejamos que cualquiera
nos pulse nuestros botones.

Pero un eco que retumba
diciéndonos “¡tú creas todo!”,
nos acompaña a su modo
desde la cuna a la tumba.

Más sin embargo elegimos
tapar esa voz interna,
y al apagar su linterna,
en la oscuridad seguimos.

Y preferimos, errados,
no responsabilizarnos:
¡más fácil victimizarnos
y mirar para otro lado!

Los culpables son los otros
de nuestro dolor profundo:
la causa se halla en el mundo…,
¡nunca jamás en nosotros!

De impotencia nos vestimos,
lo tapamos al espejo,
y miramos desde lejos
lo que hicimos… o no hicimos.

Pero siempre en la manada
surge un espíritu fuerte,
que con voz bien alta advierte:
“¡a mí nadie me hizo nada!”

“¡Basta de tanta mentira:
soy yo, con mi pensamiento,
quien da su consentimiento…,
y soy yo el que lo retira!”

“Soy el único que crea
la percepción que me ofende,
y sólo de mi depende
que lo vea… o no lo vea…”

“Yo soy quien me favorezco,
o soy quien me perjudico,
porque sólo yo fabrico
la burbuja en la que crezco”.

“Y al elegir mi reacción,
decido que sea amorosa,
porque ninguna otra cosa
lo alegra a mi corazón.”

¡Benditos sean, benditos,
los que así están despertando,
porque ellos van vislumbrando
dentro de si… Lo Infinito…!.