¡Ámate…, compañero del camino…!,
que sólo quien se ama se divierte
y encuentra siempre amor en su destino,
pues si no te amas tú…, ¡¿quién va a quererte?!

¡Ámate…con tu sombra y con tu luz…!,
deja de ir por la vida cabizbajo,
y suelta de una vez tu vieja cruz,
aunque al principio te cueste trabajo.

¿Acaso por el hijo que tú adoras
no irías al fin del mundo si hace falta?:
¡haz lo mismo por ti…, pero hazlo ahora:
constrúyete una autoestima alta!

Para ello es preciso que te ames
con un amor del bueno, sano y puro,
que sólo así es posible que reclames
ser un farol en medio de lo oscuro.

Y tal vez pienses: “¡odio la jactancia…,
nunca en mi vida he sido presuntuoso!”,
¡pero es que no se trata de arrogancia!:
se puede ser humilde… ¡y ser grandioso!

¿Puedes acaso darle a los demás,
-de una forma sutil y poderosa-,
una porción de tu alegría y tu paz,
si en tu interior te sientes “poca cosa”?

Es tu autoestima en equilibrio sano
la que te impulsa a “pensar en grande”,
y a querer ayudar a cada hermano…,
(y más lo ayudas… cuanto más te expandes…)

Tú eres quien hace aquí la diferencia,
pero si a ti te ves como un guijarro,
serás, mientras transcurra tu existencia,
un diamante… tapado por el barro…

Pero si al lodo lo haces a un costado
y dejas que por fin tu brillo irradie,
del Dios en ti te habrás enamorado,
¡y no te sentirás menos que nadie!

Y si te cuesta quitártelo a ese lodo,
dite a ti mismo, repetidamente,
(hasta que esta verdad lo llene todo
y se adueñe de ti completamente):

“¡Yo soy grande, valioso, importante,
y en mi interior mi Luz ya está encendida,
y con ella realzo a cada instante
la profunda belleza de la vida.”