¡Carpintero…, carpintero…,
hazme un mínimo ataúd,
con ese mismo madero
con que lo haces al laúd…!

Procura que sea pequeño,
de muy breve dimensión:
¡es para enterrar un sueño
que ha muerto en mi corazón!

Este sueño que tenía
-entre terreno y divino-,
en su inocencia creía
que amar es nuestro destino…

Pero al ver tanta violencia
surgiendo a cada segundo,
no soportó esa indecencia…,
¡y se marchó de este mundo!

Tú, que modelas risueño
el cedro y el guabirá,
dime…, si se muere un sueño:
¿sabes dónde su alma va…?

¿Será que remonta el vuelo
hacia un edén invisible?:
¡tiene que haber algún Cielo
que albergue los imposibles…!

(¿Quién no soñó una quimera…,
una preciosa utopía…,
una ilusión pasajera
que se le murió algún día…?)

Y yo, que lo amaba tanto,
sé que al lado de su fosa,
en medio del camposanto,
¡brotará una bella rosa!

Y mi llanto, con empeño,
ha de regarla a esa flor…:
¡son tan hermosos los sueños
que se nos mueren de amor…!