Imagínate un día sin enojos:
¡qué plácido y que bello que sería,
si pase lo que pase en tu jornada,
te mantienes alegre todo el día!

Imagínate un día sin enfados,
contento desde el alba hasta la noche,
la sonrisa bailando allí en tus labios,
ya extinguidos los juicios y reproches.

Imagínate un día sin enconos:
ninguna cosa te parece mala…,
los contratiempos ya no te hacen mella…,
y la opinión ajena te resbala…

Imagínate un día sin rabietas,
aún en el medio de la adversidad,
trocando los furiosos huracanes
en suaves brisas de serenidad.

Tú sabes bien, desde lo más profundo,
-¡lo sabe tu alma, lo sabe el corazón!-,
que cada nubarrón en tu existencia,
nace primero en tu imaginación.

Porque lo innato en tu naturaleza,
tu estado natural…, ¡es la alegría!:
el alborozo simple de ir viviendo
con lo que sea que te traiga el día…

Intenta contemplarte de ese modo:
el dulce transcurrir de tu jornada,
disfrutando de andar por el planeta,
sin enfadarte por nada de nada.

Si puedes verte así por sólo un día,
entonces abre el último cerrojo:
expándela a tu mente y visualiza
¡toda tu vida entera… sin enojos!