Un pequeño lingote de oro fue fundido…,
y después ese noble material, trabajado,
por las manos expertas de un joyero escogido,
que le dio excelsa forma a un prendedor dorado…

Pasó el tiempo…y el bello prendedor, a su vez,
también fue derretido…, y el oro resultante,
-sin perder ni una pizca de su áurea solidez-,
se transformó en pulsera de amarillo brillante…

Muchos años después, esa hermosa pulsera,
-que soportó mil cambios de tiempo y de lugar-,
fue igualmente fundida…, y una tarde cualquiera,
otro eximio artesano la convirtió en collar…

Del mismo modo, amigo, tu también te transformas…,
y tu revestimiento se funde en un crisol
de donde luego surge la renovada forma,
que le dará andamiaje a tu próximo rol…

Y el Gran Orfebre, entonces, con exquisito pulso,
modela en ese instante tu novísimo traje…,
-y delicado o tosco…, agraciado o insulso…-,
¡retornas a la Tierra con tu nuevo ropaje!

Y pasando por tantas…y tantas mutaciones…,
atraviesas lo claro…y atraviesas lo oscuro…,
y aunque cambien tu forma, diseño y relaciones…,
¡no va cambiando nunca tu esencia de oro puro!

¡Porque eres TU esa alhaja de insondable valor!,
y cada vez que lo haces a un costado a tu traje,
dejas de ser pulsera…, collar…, o prendedor…,
¡y vuelves a ser luz…, sólo luz…, en tu viaje…!