Ve por la vida manso,
ve apacible y sereno,
con ese trato amable
que tiene un hombre bueno.

Y en vez de ser el río
que va arrasando todo,
sé como ese arroyuelo
que acaricia a su modo.

Porque el manso, el tranquilo,
el que no da pelea,
¡tiene ganado el Cielo…,
aunque aún no lo vea…!

Y que no te preocupe
el cuidar “tu buen nombre”,
¡que no por ser más suave
vas a ser menos hombre!

¿O acaso no acaricias
con dulzura a tu cría…?,
¡y eso no disminuye
para nada tu hombría!

Que el poder verdadero
no está en la reciedumbre…,
¡está en que la ternura
se te vuelva costumbre!

Y en tratar a los otros
con amabilidad,
¡porque todos formamos
una sola hermandad!

Y si hicimos del mundo
un territorio insano…,
¡el mundo hoy necesita
de tu ternura, hermano!