Estaba allí, reclinada por sobre la barandilla;
me acerqué y le pregunté: “¿te sientes mal…, o estás triste…?”
y sin mirarme siquiera, “¡lo sabrá Dios!”, respondiste,
y una lágrima furtiva fue de tu alma a tu mejilla…

Y yo insistí: “¿qué te pasa?”,“¡la vida me defraudó!,
¡yo creía tanto en ella, pero ahora he comprendido,
que es completamente inútil tratar de hallarle un sentido!”,
y su mirada afligida sobre el agua se posó.

“Perspectivemos”, le dije: “tu problema, sea el que sea,
en el fondo es, en esencia, nada más que un pensamiento,
-tan volátil, tan ligero, tan cambiante como el viento-,
y con la misma incorpórea consistencia de una idea.

“Algo que te ha sucedido no se ajustó a lo esperado,
y la emoción que ahora sientes es de baja vibración,
pero tú eres mucho más que esta oscura sensación,
y eres más que el pensamiento que este dolor te ha causado”.

“Déjame decirte esto: tal vez no se te ocurrió
que es uno quien se hace libre, y uno quien se pone preso:
no hay cárcel más rigurosa y no hay grillete más grueso,
que la breve y limitada burbuja de nuestro yo”.

“Tienes que cambiar la idea de aquella porción de ti
que se siente desolada, deambulando en un desierto”.
Me miró angustiada y dijo: “Tal vez estés en lo cierto,
pero eso no lo suaviza al dolor que ahora hay en mí.”

Suspiré… y miré hacia arriba…, era una noche perfecta:
mil diamantes destellaban sobre el negro terciopelo,
y al verlos, era imposible que subsistan los desvelos
cuando todo lo mundano de pronto se desconecta.

No hay forma de estar turbado ante el mágico derroche
de esa paz inmensurable que baja del firmamento:
¡quién puede seguir acaso enredado en sus lamentos
ante el sublime misterio que nos llega con la noche!

Le dije “¡mira este cielo!”, intentando que saliera
de esa pena que la ahogaba con su pátina de llanto;
(si no pude con palabras, tal vez la noche en su encanto
lograra cambiar su enfoque por un instante siquiera).

“¿Ves destellar esa estrella?”, dije en medio de la calma;
“aquella tan reluciente que irradia en la lejanía:
refulgirá por eones y se extinguirá algún día,
pero antes de que se extinga, ¡déjale entrar en tu alma!”

Levantando la mirada se enfocó en el astro aquél,
inspiró profundamente como entregándose entera,
y supe que aquello no era una experiencia cualquiera,
al ver ese escalofrío que le recorrió la piel.

Y vi también en sus ojos un destellar exquisito,
como si esa estrella hubiese besado su corazón,
como si le hubiese dado una nueva percepción,
que la llevó, de repente, a fundirse en Lo Infinito…