Se toma la persona que se detesta,
se la pone en la pantalla de la mente,
y sin prejuicio alguno, se la contempla,
en forma neutra…, objetivamente…

Se le envían afectuosos pensamientos
(en lo posible de orden general):
“¡eres mi hermano… y juntos vamos yendo
por esta breve escala terrenal!”.

Roto ya el hielo, se la visualiza
apacible, sonriente, en armonía,
como si trasuntara en su sonrisa
esas ondas de paz que tú le envías.

Después, se profundiza lo iniciado
irradiando una profunda aceptación,
mientras se dice con tono sosegado:
“¡¡sabes que no te juzga mi corazón!”

“No te pido que cambies para quererte:
te quiero exactamente tal como eres…,
con esa oscuridad que a veces viertes…,
y con el sol de tus amaneceres…”

Y luego viene el momento cumbre,
el crucial ingrediente de esta trama:
avivas en tu pecho aquella lumbre
que te genera el ser al que más amas…;

puede ser lo que sientes al momento
por tus padres…, tus hijos… o tu amante:
¡ese cálido y dulce sentimiento
que surge como un fuego crepitante!

Y entonces lo transfieres con premura
a la persona allí, en tu pantalla,
sintiendo que la envuelve esa ternura
cualquiera sea el lugar en el que se halla.

Le envías ese afecto desbordado
mientras la ves detrás de su ropaje:
un Ángel que sus alas se ha quitado
para cursar su propio aprendizaje…

Y la sumerges en profunda calma
con dulces olas de sentido amor,
pues sabes en el fondo de tu alma
¡que ella también es parte del Creador…!

Y luego la receta das por hecha
al colocar el último aderezo:
en un abrazo cálido la estrechas…,
o la despides con un dulce beso…

Y después dejas cocinarlo todo
en la Matriz del Horno Universal,
en donde cada plato es, a su modo,
plasmado en la Energía Primordial.

La Cuántica Cocina es obediente
ante la proyección de un pensamiento,
cuando éste fue cargado previamente,
con un noble y profundo sentimiento.

Y se entibia el corazón que recibía…,
y se entibia el corazón del emisor,
¡que es en ambas rejillas de energía
donde actúa el poder trasmutador!

Y la próxima vez que te la encuentres
notarás en sus ojos y en su voz,
una especie de brillo diferente…,
¡y habrá cambiado el trato entre los dos!

La otra persona no entenderá el motivo,
más tú, que sabes lo que sucedió,
te dirás a ti mismo, complacido:
“¡es porque la receta… funcionó!”.