¡Qué sentido tiene que pases penando!
¡Qué sentido tiene que pases sufriendo!
¡Qué sentido tiene que pases gimiendo,
cuando bien podrías pasar disfrutando…!

¡La vida no tiene por qué ser amarga!:
nadie te ha exiliado, mi amigo, del Cielo;
cada vez que vuelves trasponiendo el velo,
¡ya al Cielo lo traes… adentro del alma!

Cuando eras pequeño, precioso, inocente,
aún formabas parte de un mundo intangible,
y Ángeles venían desde lo Invisible,
a cuidar tu sueño, y a besar tu frente.

Más fuiste creciendo…, y en el día a día,
perdiste “el contacto” de un modo gradual:
el mundo decía que “eso” estaba mal,
y que no era cierto, que era fantasía.

Y la vida dura se hizo tu asistente,
la vida prosaica, la vida sin brillo,
¡para nadie, amigo, resulta sencillo
vivir despojado de lo Trascendente!.

Pero a veces pasa que en algún momento
se te hace imposible continuar así,
y muy gradualmente se abre paso en ti,
un claro, profundo, crucial descontento.

Y eso que de a poco comienza a punzarte
con el hormigueo de alguna añoranza
o el aguijonazo de una remembranza,
¡es el hondo anhelo de “reconectarte”!

Cuando al fin decides hacerle lugar,
de un modo muy suave ya vas percibiendo
que a través de tu alma, Dios te va diciendo:
“¡siéntelo, mi amado…, siéntelo al Hogar!”.

Y notas entonces que algo te traspasa,
“algo” tan inmenso que no entra en el pecho,
y sabes sin duda que por fin lo has hecho:
¡has hallado el modo de “volver a Casa”!.

Y en ese momento es entonces cuando
ves el sin sentido de pasar gimiendo,
de pasar penando, de pasar sufriendo…,
¡siendo tan sencillo… pasar disfrutando!