Serena y bella, como una epifanía,
por donde iba, dejaba, tras su paso,
un aroma de pétalos de raso…,
y el eco de una dulce melodía…

Y yo la interrogaba cada día,
porque sentía claramente en ella,
que tras su leve resplandor de estrella,
¡un alma vieja y sabia se escondía!

Más cuando amablemente le pedía
que me contara de su aprendizaje,
y sus iniciaciones en el viaje…,
“¡no sé de qué me hablas!”, respondía.

Y yo más incisivo me ponía,
buscando develarla en su misterio,
y más la interrogaba -urgente y serio-,
¡más ella en su respuesta me evadía!

(¿De qué Orden Secreta provenía?
¿Cómo irradiaba esa exquisita paz?
¿Por qué la gente -de modo pertinaz-,
siempre estar cerca suyo pretendía?).

“¡No sé de qué me hablas!”, repetía…:
-¡dime al menos en que te especializas!;
“¡en el amor!”… -contestaba entre risas-,
y entre la muchedumbre se perdía…

Y si alguien su problema le exponía,
no le hablaba de cuánticas cuestiones…,
ni de ascender hacia otras dimensiones…:
¡tan sólo lo abrazaba…y sonreía!

Y la persona entonces comprendía,
-por obra y gracia de su vibración-,
que en el secreto de su corazón,
¡la anhelada respuesta ya existía!

La vi la última vez un cierto día,
en que al notarme serio, y muy callado,
-casi como vencido… o entregado…-,
me miraba con dulce picardía…

…y guiñándome un ojo me decía,
-con la pureza que sólo el Ser trasunta-,
(como si contestara a una pregunta):
“¡no sé de qué me hablas!”…y reía…