Mientras anoche dormitaba,
disfruté un sueño, muy ufano,
¡porque soñé que me brotaba
un resplandor de cada mano…!

¡Sendas estrellas transparentes
difuminaban su esplendor,
con un matiz iridiscente
que resaltaba su fulgor…!

Las agitaba ante mi vista
para ver si eran ilusión,
en un afán por ser realista…
¡aunque los sueños…sueños son…!

Me preguntaba: “Estas estrellas
que aquí en mis manos ahora están…,
¿serán fugaces como aquellas,
que apenas brillan…y se van…?”

Mientras dormía, las pasaba
sobre la frente de mi niño…,
¡y su sonrisa dibujaba
cascabelitos de cariño…!

Luego apoyaba las dos palmas
sobre un jazmín que se moría…,
¡y era una fiesta para el alma
el comprobar que revivía…!

Después la espalda acariciaba
de algún hermano lastimado…,
¡y su dolencia se esfumaba
como si nunca hubiera estado…!

¡Esas dos lágrimas del cielo,
del más purísimo cristal,
con su fulgor de terciopelo
neutralizaban cualquier mal…!

Yo de mi asombro no salía:
¡no es ningún hecho cotidiano
esa tremenda algarabía
de ir con un astro en cada mano…!

Y me mostraban más sus huellas
cuando los ojos me cubría,
porque al mirar a través de ellas…
¡el mundo entero relucía…!

Y no entendía claramente
-al ver la vida iluminada-,
si ese fulgor estaba enfrente…
¡o acaso estaba en mi mirada…!

Y al despertar hoy muy temprano,
llegué a notar –ebrio de gozo-,
¡que aún emanaba de mis manos
un tenue brillo vaporoso…!

Pero me asombra más un hecho
al que no le hallo explicación:
cuando las junto sobre el pecho…
¡siento brillar el corazón…!