Si en los atardeceres tus ojos se humedecen,
y un rastro diamantino se queda en tus mejillas,
recuerda que las cosas no son lo que parecen:
¡son lágrimas del alma las lágrimas que brillan!

Los pesares profundos conllevan replanteos:
“¿quién soy?, ¿para qué vine?, ¿esta vida es fortuita
con su carga incesante de lucha y forcejeos…,
o es solamente un día de una Vida Infinita?”

Y si hastiado de todo te quejas con vehemencia,
eso es porque el más grande regalo del dolor
es llevarte de a poco, a golpes de conciencia,
hasta el tesoro oculto de tu Yo Superior.

Cuando tu Ser más alto percibe tu parate,
y nota que es tu vida un gran interrogante,
en forma presurosa acude a tu rescate,
y transmuta tus penas en gotas de diamantes.

Y es que son tus angustias obsequios disfrazados,
maestros que te pulen sin pedirte permiso,
y que solo pretenden llevarte hacia ese estado
en que tus alas crecen…, ¡y te elevan del piso!

¡El dolor siempre pasa!, y después que se ha ido,
no solo eres más sabio…, ¡también eres más fuerte!,
y sientes que de pronto tu enfoque se ha expandido,
y ya a nada le temes …, ¡ni siquiera a la muerte!

Y contemplas la vida desde otra perspectiva:
¡nada de lo que pase consigue hacerte mella!,
y “sabes” de algún modo que en cada día que vivas,
te alumbrará el camino tu corazón de estrella.

Y llegarán sin duda otros atardeceres
en que también los ojos se te humedecerán,
y lágrimas flamantes, allí donde estuvieres,
su surco diamantino de nuevo dejarán.

Pero será distinto…, ¡porque estarás Despierto!,
y si algunas cayeran sobre tus propias palmas,
sonreirás al mirarlas y pensarás “¡es cierto…,
las lágrimas que brillan…, son lágrimas del alma!”