A veces pienso para qué existo:
todo me cansa, todo me agota,
y ya no tengo ninguna duda:
tarde o temprano la vida embota…

Si hasta presiento que la existencia
es, en el fondo, una condena…
¡Ahhh, qué suplicio que es estar vivo!,
¡nada me place…, nada me llena…!

¡Gracias, Dios mío, por la belleza
de esta mañana primaveral!,
viendo este cielo, viendo estas flores…,
¿¡quién puede acaso sentirse mal…!?

¡Todo es perfecto…, todo es hermoso…,
cada destello…, cada matiz…!,
¡y es tan sublime lo que contemplo
que es imposible no ser feliz!

La existencia, en verdad, compañero,
no se ajusta jamás a una norma:
¡esta vida que vives es neutra,
y solamente tú le insuflas forma!

En el jardín que observas, camarada,
solo florece lo que en ti cultivas,
pues no bailas al son de lo observado:
¡bailas al son de tus expectativas!

Es tu interpretación la que te lleva
a sentirte feliz… o furibundo:
cambias tu percepción… y en un instante,
transformas de raíz todo tu mundo.

Porque aunque te parezca muy real,
muy cierta y muy concreta en su barullo,
la vida, amigo, no sucede “afuera”:
la vida está pasando… ¡dentro tuyo!