La verdadera Maestría no se declama: se vive…;
no hace falta hablar de ella…, sólo dejas que se irradie…,
y sientes que por ti fluye al permitir que se active
ese cariño por todos…, que no deja afuera a nadie…

Es una suave energía que vibra amorosamente,
y que suscita en la gente pensamientos inspirados,
y que lleva a las personas a vivir gozosamente
sembrando por los caminos sentimientos elevados…

Es ver que el otro, en si mismo, es un Santuario, es un Templo,
en donde la Luz más alta serenamente reposa…,
y es también, al mismo tiempo, predicar con el ejemplo
de una conducta elevada y una actitud amorosa.

Y ante el hermano que siente que es su mundo un descalabro,
es darle esa compasión que alivia el abatimiento,
es alentarlo a que crea que puede salir del barro,
y sobre todas las cosas, es darle empoderamiento.

Y es descender la belleza de los planos superiores
a la sólida aspereza de este mundo material…,
y es dejar que en tu paleta emerjan nuevos colores,
y es ver en lo cotidiano su trasfondo espiritual.

Y es dejar de decir “mío”…, y empezar a decir “nuestro”,
para que se vuelva Faro lo que un día fue linterna…,
por eso es que me arrodillo a tus pies, dulce Maestro,
para venerar el brillo sin par de tu Luz Interna…