Había una vez un anciano…, y había un niño macilento
que una tarde en una plaza se encontraron porque sí,
como se encuentran a veces dos hojas que lleva el viento,
o dos gotas de rocío bajo un cielo carmesí.
Y el abuelo, preocupado al notarlo muy flaquito,
le preguntó por las causas de tamaña delgadez,
y le contestó el pequeño: “es porque como poquito,
mi mamá con lo que gana no llega hasta fin de mes.”
“¿No te dan nada en el aula?”, preguntó el hombre asombrado.
“Es que no voy a la escuela”, el niño le contestó,
“tengo que quedarme en casa durante el día al cuidado
de mis hermanos pequeños, ¡todos más chicos que yo!”
Se humedecieron los ojos del anciano en ese instante,
y cayó…, porque si hablaba se le quebraba la voz,
y dijo para si mismo, angustiado y vacilante:
“¿¡por qué pasan estas cosas?!, ¿¡por qué lo permite Dios?!”
Y en ese mismo momento percibió, no sin desvelo,
que un resplandor cristalino surgía dentro de sí,
al mismo tiempo que oía una voz de terciopelo
que entre angélicos murmullos le iba susurrando así:
“Hay quién nace en cuna de oro, pero su vida es muy dura
porque ha nacido carente de riqueza espiritual;
en cambio este niño lleva en su mirada tan pura,
y entre tantas privaciones, ¡la más hermosa Señal!”
“¿Conoces la flor de Loto?: crece en el medio del fango,
¡muchas veces la belleza surge mejor desde el lodo!:
no juzgues por la apariencia, por el estatus o el rango,
¡más bien cambia tu mirada para ver grandeza en todo!
Y el resplandor fue menguando, y la voz desvaneciendo,
y el anciano, poco a poco, volvió a su “estado habitual”,
mientras notaba asombrado cómo se iba diluyendo
a partir de esa experiencia, su rigidez perceptual.
Y el niño, que no entendía qué es lo que estaba pasando,
le preguntó al hombre aquél: “¡Señor…, qué es lo que lo aflige?,
¿es que se siente usted mal? ¿Por qué es que está lagrimeando?
¿Acaso le ha molestado algo de lo que le dije?”
“Si es por eso, ¡no se inquiete!: ¡ya estudiaré, ciertamente,
cuando mi mamá consiga algún trabajo mejor!,
y mientras así decía en su inocencia sonriente,
¡era Dios quién sonreía a través de su candor!
Y allí comprendió el anciano que si hay marcada una traza,
también el humano es libre de salir de esa acechanza,
y lo aprendió aquella tarde, al encontrar en la plaza
a un pequeño alimentado sobre todo, de esperanza.
Se saludaron y luego…, cada cual por su camino…,
tal vez como esas dos hojas que ahora el viento separó,
o como aquellas dos gotas de rocío vespertino,
que brillaron y brillaron…, ¡y nunca nadie las vio!
Mi amado Jorge:
Me encanta cuando recurres a la narrativa de un cuento para dar un mensaje, es como lo hacía Jesús con sus parábolas.
Una de mis actividades favoritas es la de ser cuentacuentos para niños y personas de todas las edades, para mí es un recurso valioso para enseñar y hacer reflexionar.
Gracias por ser mi cuentacuentos favorito….. Te amo.
Qué hermosa tu tarea de cuentacuentos, mi dulce Tere!
Congratulaciones, amiga mía!
(Y es muy cierto eso que dices respecto a la capacidad de los cuentos «…para enseñar y hacer reflexionar.»)
Gracias por desarrollar esa valiosa labor… (y por considerarme «tu cuentacuentos favorito» )
Abrazo enorme!