Expándete
y elévate,
hacia las cumbres infinitas,
y elige ser
quien quieras ser,
¡sólo tú mismo te limitas!.

No esperes más
que los demás
para brillar, te den permiso:
si no hallan bien,
lo que en ti ven,
diles adiós, de ser preciso.

Nadie hay allí
cerca de ti
que pueda, amigo, refrenarte,
ni hay un gurú
de aspecto hindú
que ha de decir cómo lanzarte.

Siempre eres tú,
tan sólo tú,
el que decide cómo hacerlo:
tú eres la ley,
y eres el rey,
en las comarcas de tu reino.

No ruegues más,
que al suplicar,
a tu grandeza la erradicas,
y de una vez
entiende bien:
en ti está el Dios a quien suplicas.

Y si al subir
llega a ocurrir,
que algo sombrío se aparezca,
toma el control
de tu farol
y haz que tu luz lo desvanezca.

Tú vales más,
mil veces más,
de lo que te haya dicho nadie:
tu corazón
posee un don,
¡y está esperando que lo irradies!

Puedes lograr
transfigurar
la noche oscura en mediodía,
y ese poder
ya está en tu ser:
¡tienes derecho a la alegría!.

Anímate,
y enciéndete,
como se enciende el sol al alba,
y por el tul
del cielo azul,
¡suelta los sueños de tu alma!