Cuando la llevas a tu Luz contigo
no puedes encubrirlo a su esplendor,
que puede ser tan áureo como el trigo,
o de un blanco muy puro su fulgor.

Su brillo de constante primavera
te hace tratar a todos con bondad,
¡y ya no puede ser de otra manera
cuando destella en ti la Inmensidad!

Y al poder dar amor a cada instante
pues ya no albergas turbios pensamientos,
te pueden confundir con un diamante,
o un astro que bajó del firmamento.

Cuando la llevas a tu Luz despierta
ya nada te incomoda ni amilana,
ni aquél percance que golpea tu puerta,
ni lo impostor de la experiencia humana.

Y al escuchar arcaicas discusiones
de quién tiene o no tiene la razón,
ya a esas “pequeñas argumentaciones”
las mira con piedad tu corazón.

Sabes que estamos todos conectados,
que es falso eso de “amigo o enemigo”,
y abrazas al de un lado y otro lado,
cuando la llevas a tu Luz contigo.

Y cuando la mantienes encendida
ya no puede rozarte el desamparo:
¿acaso ha visto alguien en la vida
que alguna sombra lo oscurezca a un faro?

Incluso si ante un cruce de caminos
dudaras del sentido en que avanzar,
tu nuevo resplandor de lo Divino
ya lo estará alumbrando a tu accionar.

Y si girases una moneda adrede
por ver si sale “cara” o sale “cruz”,
dará lo mismo el modo en el que quede,
porque ambos lados… ¡llevarán tu Luz!