¿De dónde sacas que eres pequeño,
frágil, inútil y desvalido,
y que no tienes derecho a un sueño,
pues por la Vida marchas perdido?

Cuando te asumes el Dios que eres
en todo tiempo y en toda instancia,
puedes librarte, si así lo quieres,
de que te atrape tu circunstancia.

¿Quién te ha mentido de tal manera
que si no vienes de “buena cuna”,
y es tu raigambre populachera
aquí no tienes ya chance alguna?

Cuando te asumes el Dios que eres
te independizas de tu apellido:
ya no eres Gómez, Quiroga o Pérez,
¡eres eterno, el No Nacido!

¿Cómo es que crees en ese embuste
de que viniste ya con mal pie,
y que te guste o no te guste
ya estás marcado desde bebé?

Cuando te asumes el Dios que eres
te sientes libre como la brisa,
y da lo mismo, por donde fueres,
andar despacio o andar de prisa.

¿Dónde está escrito que solo algunos
no necesitan ningún permiso,
porque son siempre mejores que uno,
y ya son dueños del Paraíso?

Cuando te asumes el Dios que eres
los ves a todos igual que a ti:
iluminados y bellos seres
que hacen más grato tu paso aquí.

¿Cuándo fue el día que decidiste
que no estás hecho para triunfar,
y vas andando callado y triste
como si fueras a lagrimear?

Cuando te asumes el Dios que eres
no existe el triunfo ni la derrota,
¡y no hacen falta súper poderes
para que vueles como gaviota!

¿Puedo decirte algo bien fuerte
-o suavemente si lo prefieres-?:
¡tú reformulas tu propia suerte…
cuando te asumes… el Dios que eres!