Cuando llegue ese día en que nada te afecte
percibirás la vida desde un centro de paz,
ya no habrá ningún virus de inquietud que te infecte:
¡te habrás inmunizado contra lo que es fugaz!

Desde lo inamovible de tu Ser Verdadero,
contemplarás las cosas que vienen y se van,
y sentirás por dentro que todo es pasajero,
que no vale la pena ir de afán en afán…

Sin que nadie te indique sentirás el impulso
de abrazar lo sereno de otra forma de ser,
como si internamente conectaras el pulso
de “algo” mucho más vasto que el diario acontecer.

Cuando llegue ese día en que nada te ofusque
tu salto de conciencia se habrá consolidado,
¡ya no estará el “yo viejo”!, y por más que lo busques
sabrás que es solo niebla de un remoto pasado.

Será cual si tomaras un libro de un estante
que refleja tu vida en tu antigua versión:
verás hojas en sepia de un texto muy distante
¡pues serás en colores en tu nueva edición!

Vibrarás en la cuerda de una Divina Calma
y una suave sonrisa se te habrá de instalar,
y los hechos del mundo pasarán por tu Alma,
sin dejar ni una huella… mientras los ves pasar…

Cuando llegue ese día en que nada te turbe
sabrás que de algún modo todo es perfecto así,
y en el sereno prado o en la agitada urbe
igual benevolencia emanará de ti.

¡No serás insensible…, no…, todo lo contrario!:
brillarás ante el brillo de una estrella fugaz,
te llevarán en andas los trinos de un canario,
y reirás con las risas de todos los demás.

Y no habrá cosa alguna que te agite o te altere
porque tu vida entera será una melodía,
y verás lo Divino que hay en todos los seres…
¡cuando llegue… ese día!