Celebraba la vida de cualquier modo,
festejando lo bello de cada cosa:
¡era una tierra fértil para él, el lodo…
y los malvones siempre olían a rosas…!

Celebraba la vida donde estuviese…,
y si era en una cama de un hospital,
¡saboreaba las sopas como si fuesen
manjares de un banquete fenomenal…!

Celebraba la vida de todas formas…,
cualquiera sea la cosa que se presente…,
como si se guiara por una norma:
¡vivir en el momento únicamente…!

Los demás lo miraban con extrañeza;
mayoritariamente no lo entendían;
no comprendían las causas de su rareza…,
¡pero en sus corazones le agradecían…!

Porque, sin proponérselo, les mostraba
que el mundo –en apariencia inmodificable-,
¡estaba en la mirada del que miraba!,
y era –como la arcilla-, ¡siempre maleable…!

Y que podía la aurora ser aún más bella…
Y podían los ocasos ser aún más rojos…
Y podía haber más brillo en las estrellas…
¡cuando ya la hermosura está en los ojos…!