Cada dolor en tu viaje
encierra un aprendizaje…,
pues cambia de golpe el eje
sobre el que la vida teje…

En toda pena hay un don
disfrazado de lección…,
y no hay ninguna acechanza
que no guarde una enseñanza…

Detrás de cualquier traspié
hay un fin que no se ve…,
y cada desolación
nos pule una imperfección…

Y así, de a poquito, el llanto
nos va flexibilizando…,
hasta que al fin, con fluidez,
aceptamos “lo que es”…

Y al dejar que la tormenta
sea tal como se presenta…,
ya no hace falta el rigor
de aprender por el dolor…

Y entonces, serenamente,
callada, apaciblemente,
¡nos llega el bendito día
de aprender por la alegría…!